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Opinión

“El futuro llegó hace rato”

Viviendas reducidas en la Ciudad de Buenos Aires.

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Por Mariana Collante

En marzo de 2020, cuando la pandemia nos obligó a encerrarnos en nuestras casas, despertó la conciencia colectiva por el espacio que habitamos; sus condiciones, sus comodidades, su extensión, y la calidad de los servicios. Sin embargo, la idea imperiosa de un hábitat digno y que permita desarrollarnos como personas se fue perdiendo como los barbijos en los cajones. La experiencia distópica de pasar por una pandemia no generó políticas que frenaran ni repararan las desigualdades que evidenció. Más bien ocurrió todo lo contrario: el mercado recuperó su fuerza, luego del parate inicial, y en la actualidad impone sus intereses a Estados debilitados o cómplices.

El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, atento siempre a los sueños del mercado, modificó el Código de Planeamiento Urbano y autorizó que la medida mínima de una vivienda pase de 27 m2 a 18 m2. Beatriz Pedro, profesora de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires, considera que “se está adaptando el código urbano para beneficiar el alquiler transitorio de plataformas que se pagan en dólares”. Este diseño de ciudad –analiza la especialista- impacta sobre la disminución de departamentos para las viviendas de familias locales que los necesitan para vivir, también hace que se densifique la cantidad de viviendas en un lote, sin tener actualizado los servicios de infraestructura. Se alienta una ciudad con ‘barrios dormitorio’ sin vida comunitaria.

“En definitiva, las construcciones de 18 m2 naturalizan una habitabilidad mínima” -dice Beatriz de Pedro- Y alerta que un departamento de estas características solo es para momentos transitorios, no se puede vivir en tan pequeño espacio. Si es una persona sola es un lugar solo para dormir y su vida requerirá de otros espacios para desarrollarse. Si es una pareja o una familia con niños pequeños es hacinamiento, es invivible.

En 2018, la Organización Mundial de la Salud (OMS) emitió un documento donde expone ciertas directrices en torno a la vivienda en zonas urbanas. El texto explica que los espacios reducidos propician “la contaminación del aire de interiores, esto ocasiona numerosas enfermedades no transmisibles, daña la salud respiratoria y cardiovascular y causa irritaciones y reacciones alérgicas, como el asma”. Por otro lado, señala que el hacinamiento, y el déficit en los servicios de agua, y saneamiento también producen enfermedades transmisibles.

Es necesario destacar que la OMS señala la importancia social que tiene una vivienda digna porque influye en los procesos de aprendizaje, incentiva la actividad creadora, y la salud mental de las personas.

Sin embargo, el hábitat, el espacio que ocupamos en las ciudades es central en esta fase de depredación del capital. La tendencia en el mundo es que cada vez se construyan espacios más pequeños; en Hong Kong comenzaron a construir departamentos de 5 m², una superficie menor al que de una celda en la misma ciudad. Esos espacios seguramente serían muy apetecidos por los trabajadores de la ciudad estadounidense de Salida, en el sur de Colorado, a quienes se les autorizó que duerman en sus vehículos. Esta situación afecta principalmente a las personas de origen hispano que con su salario no pueden alquilar una vivienda en la zona donde trabajan todos los días. El diario Infobae da cuenta de la noticia, y agrega que “se trata de una experiencia piloto que podría luego extenderse a otras ciudades y condados de este estado que enfrentan situaciones similares con la vivienda”.

En Argentina, los desarrolladores inmobiliarios ven con buenos ojos ese tipo de innovaciones en terrenos urbanos. No tienen problemas en señalar que el camino es construir espacios cada vez más reducidos para aumentar la rentabilidad.

El futuro ya llegó hace rato, todo un palo ya lo ves.

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Opinión

Un verdadero Kaiser jamás patea una pelota

Para algunos un ruin y un estafador, para los soñadores un grande, para los pataduras un ejemplo a seguir. A sesenta años de su nacimiento, Carlos Henrique Raposo, el hombre que supo sentarse ancho en la mesa de los inmortales.  

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El-Argentino-Manu Campi

Por Manu Campi | @manucampimaier

Casi diecisiete años sin público visitante esconden bajo la alfombra la problemática nacional que ostenta el fútbol masculino argentino. Una generación entera desconoce el sentido popular de este deporte. Cantarle al rival, tenerlo enfrente, disputar en la tribuna lo ocurre dentro del campo de juego se ha ido, si usted me aprieta un poco, para no volver.

Pero quien es uno para descular tamaño embrollo. Además, el asunto es atendido por sus propios dueños; severos oponentes que, lejos de tratar el tema, ponen al show business como única religión en tanto invalidan, adrede, la tarea de volver a sentir lo que alguna vez fue. 

En estos diecisiete años, el periodismo deportivo mostró lo mismo de siempre. La sobrada y sórdida capacidad de mirar hacia otro lado que dejó en claro que el fútbol responde a la gloria de la familia mirando desde afuera, y a la violencia y el negocio jugando adentro. 

Los estadios se han convrtido en transmisiones pagas sin alma y sin choripanes. Así, se ha esquivado a la violencia con una prestancia que abruma, una prolijidad que asombra y la gambeta exclusiva de los profesionales.  

Entre el bulto de la escultura del Muñeco Gallardo, las colectas de Maratea, el panelismo Vignolo y toda la fantasía que propone el estofado como tal, hubo quien, en su momento y a su debido tiempo, entendió que había una oportunidad para mojarle la oreja a los poderosos. 

Metro ochenta y seis. Delantero. Jugó en su Brasil natal, pero también tuvo su roce internacional en más de diez clubes repartidos entre México, Estados Unidos y Francia. Seis partidos oficiales en veintiséis años de carrera. Carlos Henrique Raposo, hijo de la favela y una madre alcohólica, tuvo como sello distintivo el complejo arte de nunca patear una pelota. Apodado “el Kaiser”, por su parecido con Beckenbauer, buscó en su hazaña deportiva lo que cualquier niño ve en este deporte: fama, dinero y mujeres hermosas. 

La hegemonía comercial caló hondo en el Kaiser. ¿Por qué debía privarse, aquel niño sin condiciones futboleras, de la farsa que atraviesa al futbol masculino mundial? Además, alguien, alguna vez, tenía que poner un poco de saliva en la oreja de los grandes conglomerados. 

Documentado como el “gran fraude de la historia del fútbol”, compartió fichajes con figuras como Rocha, Renato Gaúcho, Romario, Branco y Bebeto. Una vez, antes de debutar en un club, fingió una discusión con un aficionado rival para ser expulsado y no ser descubierto. 

Fingía usar un teléfono en entrenamientos del Flamengo donde mantenía conversaciones ficticias con el fútbol inglés. Todo precioso hasta que un médico del club que había vivido en el Reino Unido, se dio cuenta de que no hablaba ni en inglés ni que el teléfono funcionaba. 

Tal vez el verdadero héroe popular sea quien, ante la estructura corporativa que mueve el nefasto aparato de “la pelota”, se haya atrevido a ponerse de pie, gomera en mano. Hoy, a dos días de cumplir sesenta años, sigue sosteniendo lo mismo que sigue pasando: “Los clubes han engañado y engañan mucho a los futbolistas. 

Alguno tenía que vengarse por todos ellos”. Se retiro como los grandes, sin tener que demostrar nada y así lo hizo. El fútbol nunca hará un homenaje en su nombre, no habrá estatuas, ni casacas estampadas con su apellido. Gracias por tirar la piedra, Kaiser. Que tenga usted un precioso cumpleaños.

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