Por Antonio Secci
En esta modernidad líquida, –como la definió el filósofo polaco Zygmunt Bauman– donde las sociedades y los propios actores que la componen cambian vertiginosamente, muchas veces suceden fenómenos de enorme sincronicidad. Acoplamientos de hombres y circunstancias que resultan auspiciosos en muchos casos.
En esa liquidez social descrita por Bauman, la política también queda atrapada en sus flujos, tal y como lo demuestra la irrupción de protagonistas y personajes de la realidad que no son propiamente animales políticos (diría Platón). El caso del reconocido penalista Fernando Burlando es uno de ellos.
Un hombre que con los años supo fluir en esa liquidez que todo lo impregna y asimilarse a las mareas, no solo formando parte de ellas, sino moviéndolas a su propio ritmo, a su particular idea de hacia dónde deben ir las corrientes, creándolas y hasta cambiando su decurso. Mérito grandísimo que en el ámbito político es considerado una cualidad de prestidigitador. Es decir, con capacidad de cambiar la perspectiva de los eventos.
Fernando Burlando ha sido abogado en reconocidos procesos judiciales (Caso Maradona contra Villafañe, iniciada en el año 2015, o el sonado crimen del fotógrafo José Luis Cabezas que conmocionó al país en 1997, o el más reciente asesinato del joven Fernando Báez por un grupo de rugbiers) entre muchos otros. A pesar de aluviones de críticas y de tratar de reducirlo a la simple figura de un abogado “mediático”, Burlando mantuvo siempre un instinto de permanencia mejorada. Un saber estar en la fluidez sin que ésta lo ahogara o lo hundiera.
Quizás por eso su incursión en la política arroja marcadores de medición que muchos políticos observan con una atención –y ambición– crecientes. En una de las últimas encuestas realizadas en el universo de la provincia de Buenos Aires –realizada por la consultora Federico González y Asociados– lo ubicó tercero con una intención de voto de 9,3%. Y aunque iría detrás del Frente de Todos y de Juntos por el Cambio, su aparición insoslayable puede convertirse en un problema para la principal alianza opositora o para otros emergentes de esta política líquida, como son Javier Milei y José Luis Espert, aparentemente consolidados, pero que deberán sentarse a buscar alianzas con la potencia creciente del reconocido penalista.
Pero uno de los problemas que suelen presentarse en estas apariciones repentinas de personajes líquidos, abrumadoramente avasallantes y con un alto grado de eficacia comunicacional, es que carecen de lo que en la jerga política se denomina “aparato”. Es decir, de un andamiaje logístico y operativo que les permita cubrir los territorios en donde arrasan según las encuestas. En otras palabras, tener presencia tentacular, partidaria, para hacer visibles y efectivizar sus bases representativas de cara a las elecciones.
Muchas veces, tener mucha base de votos no asegura una victoria, precisamente por esa falta de equilibrio entre los votos y un organigrama que respalde la cristalización de esa intención de voto que la ciudadanía manifiesta.
Siguiendo como los ejemplos de esa liquidez del filósofo Bauman, tener muchos votos (como tener mucha agua) no asegura un flujo ordenado. Para tenerlo hace falta un cauce que lo contenga. Lo que en política llamamos, en efecto, el “aparato”.
Sin embargo, Fernando Burlando parece seguir demostrando un ojo entrenado y bien afinado para leer la realidad y los tempos socio-políticos. Parece saber superar el desafío de ser un político emergente y con un horizonte auspicioso. Quizás un buen ejemplo de ello es su elección en el partido de Morón para que lo represente como candidato a la intendencia, al ex fiscal y reconocido penalista, Javier Baños, un hombre que ha cruzado la tranquera del Poder Judicial exponiendo severas y muy fundadas críticas al sistema que conoció desde adentro durante 25 años.
Baños, al igual que Burlando, resultan así los prototipos de personalidades líquidas, con alta capacidad de tomar riesgos y adaptación al medio. Ambos, en sus diferentes trayectorias, han sabido salir de sus respectivas zonas de confort para adentrarse en las siempre turbulentas aguas del derecho independiente y de causas judiciales que requieren un grado importante de audacia y conocimiento del derecho y sus meandros, no siempre amables.
Con este salto a la política, Burlando parece –otra vez– saber convocar eventos y personas adecuadas para la consecución de sus premisas que, en este caso, están orientadas satisfacer las demandas de un electorado de los sectores medios, e incluso populares, desencantados con propuestas progresistas cada vez más nebulosas, dubitativas y sin la debida coherencia en la praxis.
Burlando, en tanto hombre pragmático y dúctil, pero sólido, comienza a llenar el vaso de la política argentina con una liquidez cada vez más transparente. Y el importante municipio de Morón, al oeste del gran Buenos Aires, parece ser un terreno fértil para ese ensayo.
La experiencia del ex fiscal Javier Baños –adecuado complemento para el amplio proyecto de Burlando– junto a los números y las favorables mediciones, así lo indican.
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