Por Manu Campi | @manucampimaier
Hace veintisiete años que anda entre patronos y protectores en calidad de santo. Hace veintisiete años que el piano está acéfalo de reacciones, las partituras se niegan a corcheas, silencios, veredictos armónicos y convicciones melódicas. Osvaldo Pugliese apagó la luz un 25 de julio de 1995, a los 89 años. Así, el último de los grandes compositores se llevaba consigo más 600 tangos grabados y 55 años ininterrumpidos de actividad con su orquesta.
Por treparse a los árboles a la hora de la siesta y despertar a los vecinos se ganó el apodo de “La chicharra de Villa Crespo”. Delgado e inquieto, nacido en una familia de músicos –su padre era flautista y dos de sus hermanos violinistas–caminaba por el barrio que lo vio nacer, con un violín en la mano, hacia el Conservatorio Odeón en Villa Crespo. La historia, en líneas generales, escapa a determinado día, horario y estación del año, haciendo así imposible datar el momento justo en el que el mocoso se convertiría en ciudad, en tango, en Maestro, en Pugliese.
Pero, con el diario del lunes bajo el brazo, el cuento resulta de lo más correcto; una tarde, o una mañana, o de un día para el otro, un piano llegó a la casa de los Pugliese. “No quiero tres violinistas en la familia” dijo papá Adolfo. Según el poeta Hamlet Lima Quintana, amigo de aquellos tiempos: “El piano estaba allí, como el anunciador de buenas nuevas, como un redivivo arcángel, el niño se acercó, apoyó las manos en su teclado, presionó quizás un Sol o un Do y salió como si fuera el primer llanto. Y en esa tierra nació Osvaldo Pugliese”.
A los 15 años, en épocas sin adolescencias ni edades del pavo, tuvo su primer trío junto a Domingo Faillac en bandoneón y Alfredo Ferrito en violín. Tiempo después debuto en una formación que tenía como directora a la primera bandoneonista mujer, Francisca Cruz Bernardo o “Paquita, la flor de Villa Crespo”. El futuro de Pugliese estaba escrito. A sus 19 y 21 años, pianista, ni más ni menos, de las orquestas de Roberto Firpo y Pedro Maffia, respectivamente. En el ’36 creó su sexteto –que lo acompañaría por más de cinco décadas–, debutando en el Café Germinal el 11 de agosto del ´39. Ese mismo año sería uno de los fundadores del Sindicato de Músicos.
Afiliado al Partido Comunista, en el 46’ estuvo seis meses preso por su activismo y la misma suerte tuvo en el gobierno de facto del 55’. Según los músicos que tocaban con él, al maestro “se la tenían jurada” las fuerzas de seguridad de turno. Sin embargo, durante su tercera presidencia, Perón lo invitó a la quinta de Olivos junto a otros artistas, ofreciéndole disculpas en persona: “Gracias, maestro, por saber perdonar”.
—Si perdoné, o no, es cosa mía, pero fue un gesto distinto. —diría después el maestro.
El antimufa
“Protégenos de todo aquel que no escucha. Ampáranos de la mufa de los que insisten con la patita de pollo nacional. Ayúdanos a entrar en la armonía e ilumínanos para que no sea la desgracia la única acción cooperativa. Llévanos con tu misterio hacia una pasión que no parta los huesos y no nos deje en silencio mirando un bandoneón sobre una silla. En el nombre de Osvaldo Pugliese”.
Para los músicos argentinos, las máquinas de los estudios de grabación dejan de tildarse cuando se pronuncia su nombre, aparecen inesperadamente instrumentos musicales perdidos o, en medio de un apagón vuelve la luz al escenario después de invocarlo.
Fue durante un recital de Charly García, en que hubo problemas técnicos que dilataban el comienzo del show que alguien del equipo técnico probó con un disco de Pugliese y mágicamente todo funcionó, así, de repente, Charly tocó bajo el cobijo del Maestro. Desde entonces pronunciar tres veces su apellido antes de grabar en un estudio o subirse a un escenario es garantía de amparo sobre los artistas argentinos.
No hay historia jamás contada, no hay misterio que arroje luz sobre el hombre, el personaje, el pensador, el gremialista, el autor y el compositor que, a fuerza de armonía, ritmo y melodías que oscilan con absoluta fuerza como sello distintivo del Maestro, determinen el carácter de una simple nota de periódico. Quizás sirva de ejemplo, para resumirlo todo y a modo de póstuma recompensa, que el 26 de diciembre del ’85 –el día que cumplía 80 años– se convertía en el primer músico popular arriba del escenario del Teatro Colón; como si fuera el destino el que mojara la oreja, con saliva de runfla orillera, a la alcurnia porteña de guantes blancos y dudosos aplausos.
Un clavel rojo arriba del piano. Otro año sin usted. Adiós, entonces, querido Don Osvaldo Pugliese…Pugliese… Pugliese!