Por Jorge Elbaum
Alberto Fernández fue elegido como candidato por Cristina Fernández de Kirchner. Cuando eso sucedió en mayo de 2019, quine fue electo a fines de ese año carecía de capital electoral propio. En aquel momento fue recibido con entusiasmo, por muchos, y con desconfianza por otros. Es que –para fines del gobierno macrista– algunos militantes memoriosos no podían olvidar ciertos vínculos amistosos del nominado con los directivos del Diario Clarin o su posición respecto al memorándum de Entendimiento con Irán o la muerte de Alberto Nisman.
La semana pasada se cumplieron tres años del día que CFK nos sorprendió con esa decisión. Ahora estamos “frente al diario del lunes” pero no podemos dejar de mirar para adelante: el compromiso con la soberanía, el amor a la Patria y a su pueblo postergado exigen replantear el presente y el futuro. Sobre todo porque la derecha viene a degüello. Su violencia mediática es directamente proporcional a las propuestas que pretenden consumar si es que en 2023 se imponen en las presidenciales.
Es necesario evitar esa potencial tragedia. Para impedir ese desastre son necesarias dos tareas. La primera exige el compromiso de las organizaciones populares: el movimiento obrero organizado, los movimientos sociales y los partidos políticos ligados al Frente de Todos tienen que discutir un programa patriótico de salvación nacional y exigir que el mismo se convierta en el compromiso a ser asumido por los futuros candidatos.
La segunda, se relaciona con la representatividad: aparece como imprescindible una ligazón mayor –y cercanía– entre quienes serán los candidatos y la sociedad. La frustración y el desánimo por la situación económica tienen también su expresión en la ausencia de confianza con quienes dejan de ser militantes para transformarse en gestores (más o menos eficaces) de los cambios normativos, no alcanza con la honestidad y la trayectoria. En la actual etapa se impone contar con compañerxs queridos, valoradxs y promovidxs por el entramado social, que tengan capacidad de desplegar aptitudes comunicacionales.
La política es cada vez más un ejercicio de comunicación permanente, por acción y por omisión. La ampliación de los nexos con la sociedad se han diversificados y requieren de una relación cotidiana, basada en la empatía pero también en la capacidad de enfrentar y debatir con(tra) la derecha. La comunicación política no es un hecho técnico de márketing. Es una necesidad de cara al intercambio que requiere la representatividad.
Las dos tareas exigen el protagonismo popular. En el primer caso para impulsar un programa. En el segundo para promover candidatxs que sean competentes para interpelar a los diferentes segmentos de la sociedad, cada uno atravesado por mitos y lenguajes específicos. .
Hay 2023 para las grandes mayorías si somos capaces de empezar a plantear los grandes temas que tenemos pendientes.
No podemos dejarle el campo libre a los representantes locales del Departamento de Estado.