Por Manu Campi | @manucampimaier
Casi diecisiete años sin público visitante esconden bajo la alfombra la problemática nacional que ostenta el fútbol masculino argentino. Una generación entera desconoce el sentido popular de este deporte. Cantarle al rival, tenerlo enfrente, disputar en la tribuna lo ocurre dentro del campo de juego se ha ido, si usted me aprieta un poco, para no volver.
Pero quien es uno para descular tamaño embrollo. Además, el asunto es atendido por sus propios dueños; severos oponentes que, lejos de tratar el tema, ponen al show business como única religión en tanto invalidan, adrede, la tarea de volver a sentir lo que alguna vez fue.
En estos diecisiete años, el periodismo deportivo mostró lo mismo de siempre. La sobrada y sórdida capacidad de mirar hacia otro lado que dejó en claro que el fútbol responde a la gloria de la familia mirando desde afuera, y a la violencia y el negocio jugando adentro.
Los estadios se han convrtido en transmisiones pagas sin alma y sin choripanes. Así, se ha esquivado a la violencia con una prestancia que abruma, una prolijidad que asombra y la gambeta exclusiva de los profesionales.
Entre el bulto de la escultura del Muñeco Gallardo, las colectas de Maratea, el panelismo Vignolo y toda la fantasía que propone el estofado como tal, hubo quien, en su momento y a su debido tiempo, entendió que había una oportunidad para mojarle la oreja a los poderosos.
Metro ochenta y seis. Delantero. Jugó en su Brasil natal, pero también tuvo su roce internacional en más de diez clubes repartidos entre México, Estados Unidos y Francia. Seis partidos oficiales en veintiséis años de carrera. Carlos Henrique Raposo, hijo de la favela y una madre alcohólica, tuvo como sello distintivo el complejo arte de nunca patear una pelota. Apodado “el Kaiser”, por su parecido con Beckenbauer, buscó en su hazaña deportiva lo que cualquier niño ve en este deporte: fama, dinero y mujeres hermosas.
La hegemonía comercial caló hondo en el Kaiser. ¿Por qué debía privarse, aquel niño sin condiciones futboleras, de la farsa que atraviesa al futbol masculino mundial? Además, alguien, alguna vez, tenía que poner un poco de saliva en la oreja de los grandes conglomerados.
Documentado como el “gran fraude de la historia del fútbol”, compartió fichajes con figuras como Rocha, Renato Gaúcho, Romario, Branco y Bebeto. Una vez, antes de debutar en un club, fingió una discusión con un aficionado rival para ser expulsado y no ser descubierto.
Fingía usar un teléfono en entrenamientos del Flamengo donde mantenía conversaciones ficticias con el fútbol inglés. Todo precioso hasta que un médico del club que había vivido en el Reino Unido, se dio cuenta de que no hablaba ni en inglés ni que el teléfono funcionaba.
Tal vez el verdadero héroe popular sea quien, ante la estructura corporativa que mueve el nefasto aparato de “la pelota”, se haya atrevido a ponerse de pie, gomera en mano. Hoy, a dos días de cumplir sesenta años, sigue sosteniendo lo mismo que sigue pasando: “Los clubes han engañado y engañan mucho a los futbolistas.
Alguno tenía que vengarse por todos ellos”. Se retiro como los grandes, sin tener que demostrar nada y así lo hizo. El fútbol nunca hará un homenaje en su nombre, no habrá estatuas, ni casacas estampadas con su apellido. Gracias por tirar la piedra, Kaiser. Que tenga usted un precioso cumpleaños.
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