El reconocido músico argentino Ricardo Iorio falleció a los 61 años en su residencia de Coronel Suárez, Buenos Aires, debido a un infarto. Su abogado, Juan Ignacio Vitalini, confirmó la noticia del deceso y detalló que el evento tuvo lugar en una sala médica de San Eloy, a la que fue trasladado para recibir atención.
El reconocido músico argentino Ricardo Iorio, emblemática figura del heavy metal, falleció hoy a la edad de 61 años en su residencia de Coronel Suárez, Buenos Aires, a causa de un infarto, confirmado por su abogado, Juan Ignacio Vitalini.
Según el relato de Vitalini, Iorio comenzó a sentirse mal en su hogar, tras lo cual su pareja solicitó ayuda a la sala médica de San Eloy, donde se le brindó asistencia. No obstante, los esfuerzos por reanimarlo resultaron infructuosos.
Federico Montero, director provincial del Ministerio de Seguridad con sede en Bahía Blanca, explicó que recibieron una llamada de la pareja de Iorio informando su descompensación y la solicitud de una ambulancia. A pesar de los intentos de reanimación, Iorio fue declarado fallecido en la sala médica.
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La Fiscalía General Departamental de Bahía Blanca inició una investigación para determinar la causa exacta de su muerte. Iorio fue reconocido por su papel destacado en la escena del heavy metal argentino como líder de bandas icónicas como V8, Hermética y Almafuerte, cuyas letras reflejaban la dura realidad de la clase trabajadora y mostraban un fuerte compromiso con el nacionalismo.
La noticia sobre el fallecimiento de Ricardo Iorio se vio acompañada de la difusión del último videomensaje que le envió a Juanchi Baleirón, guitarrista de Los Pericos, antes de su muerte. Baleirón compartió conmovido el contenido del mensaje en el que Iorio expresaba su agradecimiento y dejaba un emotivo saludo.
El último mensaje que me dejó Ricardo anoche, lunes 23 de octubre 23:25 hs Así lo voy a recordar pic.twitter.com/hBk6C8bJoP— JUANCHI (@JuanchiBaleiron) October 24, 2023
El misionero Ramón Ayala, creador original, exuberante y plebeyo, referencia por excelencia de la música litoraleña y ejemplo de una forma de acercamiento del hecho artístico inasible para los medios de comunicación, falleció este jueves a los 96 años en la Ciudad de Buenos Aires.
Allegados al artista indicaron que Ayala murió en el Sanatorio Güemes donde se encontraba internado y en delicado estado desde hace poco más de 10 días a causa del agravamiento de un cuadro de neumonía.
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Su nombre real era Ramón Gumercindo Cidade y sus oficios múltiples: compositor, intérprete, guitarrista, pintor, narrador de historias; todos ejercidos sin detenerse en la barrera de la exageración. Su acta de nacimiento está fechada el 10 de marzo de 1927, en Garupá.
Músico intuitivo y genial, se atribuye ser el creador de un ritmo, el gualambao, y es el compositor de canciones de envidiable belleza, a la vez portadoras de una voz de denuncia social: “El jangadero”, “El mensú”, “El cosechero”, “Canto al Río Uruguay”, entre tantas.
Ramón Ayala, el infinito creador de la música del litoral.
Más allá de los datos biográficos duros sobresalen al menos dos méritos: en un ambiente folclórico en el que irrumpieron en un momento Los Chalchaleros, Los Fronterizos, y tantas formaciones copiadas en espejo hasta el hartazgo, Ayala trabajó en otra línea, más cuidadosa. Así como en Salta y Tucumán se levantaron Eduardo Falú o el Dúo Salteño, en el litoral, Ayala, forjó su propia tradición.
Habrá que computarle, además, que irrumpió en una escena dominada, en el litoral, por la música correntina y allí también se las arregló para construir un camino propio.
Nació en 1927 en el pueblo de Garupá, a 15 kilómetros al sureste de Posadas, frente al río Paraná, y en la frontera con Paraguay. Fue el mayor de cinco hermanos.
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En la adolescencia, tras la muerte de su padre, se trasladó a Buenos Aires, con su madre y se inició, de manera intuitiva, en el aprendizaje de la guitarra.
Acompañó al cantor cuyano Félix Dardo Palorma y, alentado por el maestro Herminio Giménez, comenzó a trabajar el repertorio litoraleño.
El recorrido de Ayala fue emparentado con el de Atahualpa Yupanqui.
A lo largo de los años 50, Ayala formó parte del trío Sanchez-Monjes-Ayala (junto a Arturo Sánchez y Amadeo Monjes) con el que recorrió una amplia variedad de canciones, de las guaraníes a las más porteñas, sin descuidar los boleros.
Hacia 1960 creó el gualambao con la idea de darle un estilo propio y único a su provincia (tuvo un contrapunto público con Chango Spasiuk sobre el origen de esa especie).
El gualambao está formado por dos ritmos de polca encadenados por una permanente síncopa que le confiere una fisonomía particular. Se escribe en compás de 12/8 (doce octavos), es decir que cada compás posee 12 corcheas distribuidas entre 4 tiempos.
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En 1962 viajó a Cuba, invitado por el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos. Allí pudo conocer al revolucionario a Ernesto “Che” Guevara, y comprobar que su canción “El mensú” había sido cantada en los fogones revolucionarios de la Sierra Maestra durante la Revolución Cubana.
“En 1963 compuse ´El cosechero´, que fue un éxito enorme. Y ´El jangadero´, que Mercedes Sosa cantó como nadie. Desde entonces no paré de componer”, narró el propio Ayala.
Escribió el periodista Sergio Pujol: “Digamos que “El cosechero” es la metonimia de Ayala: todo su ser está ahí, perfectamente aludido. Están su barroco cuasi tropical, su instinto pictórico, su nervio rítmico, su talento para la melodía. Están el paisaje encarnado, y el hombre vuelto paisaje. Están la libertad del que canta y la condena del que trabaja: Rumbo a la cosecha, cosechero yo seré…”
Ayala, creador de más de 300 composiciones, grabó en 1976 su primer disco solista, “La vuelta de Ramón Ayala El Mensú”.
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“Posadeña linda”, “El río vuelve”, “Mi pequeño amor”, “Zambita de la oración”, son otras de sus reconocidas obras.
“Hay una especie de descubrimiento con mi obra. O tal vez todos me están cargando”, bromeó Ayala hace algunos años sobre la múltiple ramificación de su música, especialmente entre estudiantes y músicos jóvenes.
Fue el centro de un documental filmado por realizador y fotógrafo Marcos López, en 2013, tan caótico como el personaje que se proponía retratar. Así lo describió: “Ramón es exagerando, siempre está declamando el instante de la fragilidad de la existencia, es místico, podría ser como un Walt Whitman pero en la selva guaraní, una especie de monje y filósofo”.
Su recorrido fue emparentado, por su forma solista, su inclinación por la canción social y su proximidad con la naturaleza, con la figura de Atahualpa Yupanqui. Más allá de gustos, Ramón Ayala resiste esa comparación.