Hay muchas maneras de jugar a la pelota. Existe el formato del potrero que se caracteriza por su noción de esquina. En ese deporte, los arcos se disponen con bolsos, con buzos o con zapatillas. Cualquier cosa sirve para imaginar postes verticales que sostendrán travesaños donde se discutirán goles al ángulo.
En ese fulbo de rodillas raspadas con costras y pequeñas hileras de sangre, los goles se suelen teñir de anocheceres y de barrios de luces exiguas. En ese jugo hay decenas de goles porque es un partido sin tiempo preciso de finalización. Quienes participan de los partidos no son jugadores: son hermanos, primos, compañeros o colados insignes.
En esa comarca del tiempo, muchos de nosotrxs aprendimos lo mejor de lo que somos: la amistad, los códigos de solidaridad, la defensa del más débil, el aguante estoico de la derrota, la rebeldía contra los poderosos, la lesión de herida perpetua y –sobre todo– la admiración por la belleza estilizada e ingrávida de la habilidad psicomotriz.
El Argentino
El fiscal Luciani junto a su compañero de andanzas, el juez Giménez Uriburu.
Ese fue el origen. Pero después sobrevino otra cosa que hoy cotiza en bolsa. Uno que se juega en perimetrales cerrados con líneas de cal precisas, riego semanal y personal de maestranza. Uno que tiene camisetas estampadas que hacen juego con las medias y los pantalones y que rotulan dobles apellidos en la espalda. Una actividad de esparcimiento que se desarrolla con la lógica de la racionalidad corporativa, en formato de tasas de interés y en vestuarios con sauna y baño turco.
En esos espacios se congregan –con una cuadrícula medida de espacio plano y parejo–, aquellos que vociferan sus grotescas proezas goleadoras, sus mesas de café con servidumbre, su alegato engolado de caza de brujas. Ahí, en la ruta que va desde la mansión a la entrada del country (siempre con aspiración residencial) se escucha el chillido individual, sin eco colectivo, de un grito ganador desfigurado por una dramatización impostada.
Un esmero por fuera del juego: la comprobación de una experiencia de socialización imbricada con el poder. Una mecánica matricial de ganadores y perdedores. Una búsqueda por someter, humillar y destruir al otro. En síntesis: prácticas extrañas a la pasión lúdica de la reciprocidad, la risa, el compañerismo, el festejo y el abrazo.
La Liverpool, el equipo del fiscal Luciani y el juez Giménez Uriburu, en Los Abrojos de Macri.
El fiscal Diego Luciani y el juez Rodrigo Giménez Uriburu ejercitan el rol tribunalicio y lúgubre que alguna vez describió Franz Kafka. La sinrazón convertida en lógica de persecución. La burocracia del hostigamiento dispuesto para anular cualquier desobediencia: la doctrina que permite dictaminar la condena escolástica de cualquier aluvión zoológico. La magistratura regulada para desanimar a los humildes, a los trabajadores, a los precarizados, y a la vez aislarlos y/o separarlos de sus posibles referencias políticas.
En Las Brujas de Salem, Arthur Miller escribe una frase que explica el léxico de un vestuario cómplice conformado por fiscales y jueces cambiemitas: “puede hacerse evidente la necesidad del Diablo como arma. Un arma ideada y utilizada una y otra vez, en toda época, para obligar a los hombres a someterse…” Demonizar para aterrorizar. Estigmatizar para incitar al odio. Mancillar para cosificar y proscribir.
Este es el objetivo de un Grupo de Tareas que toma la posta de los genocidas del último cuarto de siglo pasado. Antes era la tortura y la picana. Hoy los dictámenes en conjunción con titulares de propaganda mediáticos. Esa es la misión regada por dineros corporativos y sugerencias salidas de Embajadas extranjeras. Ese es el cometido de una derecha fascista, unida para impedir –otra vez– la democratización del poder, la riqueza y la renta.
El Argentino
El partido, sin embargo, tiene la duración que todas las revanchas autorizan. Y quienes jugamos alguna vez en los adoquines unidos por el barro prodigioso –sustancia de la que nació la vida– nunca supimos arrugar en las difíciles. Cuando la busquen a ella tendrán que pasar por sobre nostroxs.
Souvenir: Voz fr. 1. m. Objeto que sirve como recuerdo de la visita a algún lugar determinado.
¿Qué producen en cada uno de nosotros los objetos? Me da vueltas esa idea porque miro fijamente un adorno que estaba en la casa de mis abuelos de la infancia, es una bota de cerámica con cordones y me calma mirarlo mientras escribo, hay zonas de la casa donde se empiezan a formar una especie de altarcitos, así como quien acumula estampitas alrededor de una virgencita o como quien junta en un estante todos los souvenires de los cumples de 15 o los elefantes que fue juntando en sus viajes por el mundo.
¿Cómo es que una imagen puede aquietar los pensamientos atormentados y hacernos creer en que mañana puede ser mejor? Piensen en algún elemento, algún rincón o alguna estancia, un lugar primero, después algún objeto, porque los lugares vienen cargados de objetos, de olores y de posiciones cómodas o no… A veces un sillón llama a quedarse y otras veces a irse. Hay cuestiones inconfesables de cada lugar, de los sitios por los cuales transitamos que nos invitan a entrar o a salir. Entonces decido escribir rodeada de objetos, porque así uno convive… Más en orden algunos lugares que otros… Y me quedó un rincón con esa bota, una minivirgencita de luján adentro de un cubito de vidrio y un pesebre de porcelana fría, todo ahí, al costadito del mouse, como para cuidar mis palabras (¿?). ¿Por qué será que los recuerdos se nos refrescan a partir de objetos? Y por qué también ese apego a no tirarlos, porque nos dicen cosas, nos transmiten sensaciones, nos alivian para que no nos deterioremos en el olvido más incierto. Recuerdo también como aquel pensamiento que una y otra vez se te dibuja en la mente, como aquello que sin llamarlo te llega. A veces, hace bien ponerse a recordar, otras no tanto…
La cosa es que en esos pequeños objetos a veces hay más significado que en grandes regalos, quiero decir que una mínima sensación de acá estuviste bien o acá estuvieron bien y pensaron en vos, digo, y también me pregunto, ¿por qué no puedo escribir sin hablar de mí? Ya no tengo respuestas entonces otra vez miro la bota de cerámica y pienso en ese abuelo de cuento que tuve hasta los doce años… Y así, sin querer me brota una sonrisa…
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