Por Mariana Collante
El registro periodístico es del año 1973, en blanco y negro, la cronista de Canal 9 está en la puerta de un hotel familiar tomado. Le dice a la cámara que un grupo de gente la invitó a comer un asado, pero que cree que hubo problemas con la dueña del hotel e insta a los televidentes a saber qué pasó. Adentro de la vivienda, una bandera desplegada, inquilinos e inquilinas, rodean a un hombre que -con un cigarrillo encendido entre los dedos- toma la palabra. La cámara se acerca:
-“¿Cuál es nuestra lucha? Nuestra lucha es que el trabajador que vive en los hoteles familiares, tenga una vivienda digna”…”La lucha nuestra es unir hotel, por hotel, habitación por habitación, y que el explotador, en este caso, el hotelero, no tenga que recurrir a lo que recurrió hoy; a romper una parrilla para que nosotros no podamos unirnos“.
Osvaldo Mantello, el hombre del cigarrillo entre los dedos, termina de hablar, y se suma a un rumor de voces que crece, las familias que lo acompañan cantan: “Si Evita viviera no habría ratoneras”. Con esta voz colectiva va finalizando el documental de Juan Pablo Mantello, hijo de Osvaldo, asesinado por la dictadura cívico militar.
La película reconstruye la vida familiar, y de militancia de su padre, quien fue uno de los dirigentes del Movimiento de Inquilinos Peronistas (MIP), de la Unidad Básica “Ateneo 20 de Junio“, ubicada en el barrio porteño de Once.
Juan Pablo explica que el registro periodístico sigue, que debió editarlo para incluirlo en la cinta. En el original, Osvaldo acompaña a la periodista y al camarógrafo a tomar imágenes del inquilinato. Muestra los techos agujereados, habla del hacinamiento y de las características edilicias que hacen justa la palabra “ratonera”. Sentimos un déjà vu en toda la secuencia que nos remonta al inicio del siglo XX, y a la primera huelga inquilina. La medida reveló la situación de quienes habitaban los conventillos; el mismo abuso, y casi las mismas condiciones de vida indigna.
El documental “Osvaldo Víctor Mantello, arqueología de la memoria” comenzó a filmarse en 2007 y el director cuenta que en 2019 ya estaba listo, pero que en todos esos años hubo hechos muy importantes que fueron transformando la idea inicial. Uno de ellos fue el juicio por los hechos ocurridos en el Centro Clandestino de Detención El Vesubio. Allí estuvieron detenidos Osvaldo y Susana Reyes, padres de Juan Pablo. Ella fue liberada tres meses después del secuestro, y él fue asesinado. El Equipo de Antropología Forense identificó sus restos en septiembre de 2009.
Para 1977, el MIP dejó de existir, los militantes que integraban la Unidad Básica iban desapareciendo con la sucesión de los días. Las únicas sobrevivientes fueron Susana Reyes, y Malisa Cechini, conocida como “La Peti”.
La Peti inició su militancia en la agrupación Montoneros, primero en el frente universitario y luego en el frente barrial. Así fue como, desde su creación, integró el MIP. Cuenta que “en los hoteles vivían igual que en las villas. Carecían de servicios básicos, faltaban cocinas, colchones, mesas, sillas”. La organización hablaba de “villas de cemento” para dar cuenta de la dimensión del abuso. Entonces, cada vez que el MIP intervenía en un hotel familiar exigía modificaciones radicales y trascendentes “Si no se hacían, echábamos al dueño” -relata La Peti-. “Era un explotador que cobraba fortunas por una prestación que no existía”. Recuerda que el mayor logro, en la breve e intensa existencia del MIP, fue que los inquilinos dejen de pagar la renta para usar ese dinero en beneficio propio. Es decir, haciendo las mejoras que necesitaba el lugar para poder vivir dignamente.
El objetivo de la dictadura fue cambiar la matriz económica del país, para asegurar su concreción instauró lo que Rodolfo Walsh llamó “el terror más profundo que ha conocido la sociedad argentina”. El entonces Ministro de Economía, José Martínez de Hoz, diseñó las medidas a pedido de las elites locales, y de los requerimientos de Estados Unidos, a la vez que iniciaba un proceso de fuerte endeudamiento con la banca extranjera.
En la investigación “El origen de la dolarización inmobiliaria en la Argentina” de los sociólogos Alejandro Gaggero y Pablo Nemiña se detalla cuáles fueron los cambios que beneficiaron al mercado de vivienda en detrimento de los trabajadores y trabajadoras: Redujo la inversión estatal en vivienda, eliminó el control del precio de los alquileres, y se dolarizó el precio de las propiedades. Los autores ironizan y señalan que en nuestro país existe “un extraño fenómeno”: se construye en pesos, y automáticamente la vivienda se cotiza en dólares. A partir de ahí las expectativas de ganancia de los propietarios se traduce en dólares, tanto para la venta de una mansión, como para el alquiler de un monoambiente. El desfasaje que quieren ocultar los defensores del libre mercado es que los salarios se cobran en pesos, y que no se recuperan de una caída sostenida. Entonces, el acceso a la vivienda propia es un imposible, y el alquiler va en la misma dirección.
La idea de fondo que ¿naturalizó? la dictadura cívico militar, a costa de miles de vidas, es que una propiedad es solo resguardo de capital, una inversión. En paralelo, ningún gobierno posterior intentó desmontar ese modelo, o limitar el afán “dolarizador” del mercado inmobiliario. El presente y el futuro requieren recordar el pasado para repensar nuestro devenir, la experiencias política del MIP coloca a la vivienda como un derecho que necesita de acciones decididas que lo garanticen.