Por Marcelo Ceberio (IG @marecloceberio)
A veces el envidiado ni se entera de los sentimientos dolientes del envidioso. Nadie dice “¡Yo te envidio!”, porque el envidioso intenta ocultar sus emociones y prefiere no demostrar su minusvalía y operar con sarcasmo y desvalorización al éxito de su interlocutor.
Manifestar o explicitar la envidia sería un síntoma de salud. En el ámbito laboral, cuando el jefe envidia a su subordinado (el superior sobre el inferior), las conductas envidiosas son más complejas y ensortijadas.
Más aún cuando el subordinado es lindo, atractivo e inteligente, todas virtudes que a los ojos del envidioso se hallan amplificadas.Un recurso del envidioso consiste en señalar que el envidiado llegó hasta donde llegó por conexiones políticas, o porque sale con el gerente, o que detrás de su apariencia inteligente, hay un drama familiar… “¡Uh esto le durará poco porque subió demasiado rápido!”.
Un jugador de fútbol envidioso no pierde ocasión para descalificar como juega el envidiado o incluso de manera tímida o inocente darle una buena patada. La envidia no respeta lejanía ni cercanía afectiva. La envidia entre amigos o hermanos, es doblemente una apuesta a esos sentimientos negativos.
De cara al éxito del cercano afectivo, el envidioso desea que el adversario del exitoso se quede con el trofeo, o juegue mejor el partido, o sea el elegido para el cargo laboral, o le vaya mejor en el examen, o que el novio la deje y se vaya con la mejor amiga.
Esta envidia es lasciva, traicionera, porque mientras que el envidioso hace como que es feliz por los logros de la amiga, por detrás desea profundamente que fracase: no lograr su éxito, sino que fracase. Detrás de la felicitación del envidioso, está el deseo de destrucción.
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