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“No puedo creer que todavía estoy protestando contra esta mierda”

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Por Manu Campi | @manucampimaier

Amaneció gris plata. Lloviznaba sobre la Ciudad de Buenos Aires. El país comenzó el día certero. Los medios oficialistas no tuvieron más remedio que acompañar. Algunos optaron por advertir que palazos, balas de goma y camiones hidrantes también habían amanecidos con sus certezas. El zócalo del noticiero mentía cuando decía que Patricia había activado el “protocolo” para manifestantes como si fuéramos únicamente eso.  

Categorizar a la gente no es más que un intento pobre o miserable, o ambas cosas, de llevar la discusión a rivales dispuestos por determinada ideología.

Los medios de transporte arreaban a un pueblo ahogado. Saliendo del subte empecé a caminar despacio. Al mediodía el sol se abrió camino como si estuviese estado esperando para acompañar a la Plaza a un pueblo ahogado. Una señora llevaba en su espalda un cartel que decía: “No puedo creer que todavía estoy protestando contra esta mierda”. Tres generaciones juntas rumbeaban hacia el bajo. Por sobre sus cabezas, allá adelante, la Casa Rosada.

La odiantes vinieron por lo que más temen. El enemigo evidencia su temor más grande y que la gente aprenda, sepa, debata y piense, es de lo más abrumador.

Ir en contra de la estructura educativa más grande y reconocida de Sudamérica pone sobre la mesa la fortaleza institucional de la Universidad de Buenos Aires. Pero no solamente a la estructura en sí, por que en esta masa de gente no hay solamente estudiantes y docentes; es decir, estamos en la calle diciendo que no ante la sistemática depredación que nos presentan como plato principal. La educación nos convierte en patria y su sentido también asusta. Con un presidente que no comprende la importancia del estado en su propia piel es por demás incomprensible.

Señor Milei, cuando nació lo vacunaron, lo han atendido alguna que otra vez en algún centro médico, sabe leer y escribir, y sus cortesanos más nobles han sabido recorrer la UBA convirtiéndose, según usted, en los enviados del dios de los judíos a oficiar de salvadores. Toda gente bien educada aunque mal aprendida.  

La educación se filtró también en su gabinete, señor presidente. No vaya creer que la peste de enseñar y aprender no lo mira a usted de cerca.

La gente que lo rodea, y está encomendada a la divina tarea de ejecutar su plan maestro, ha sabido reconocer la importancia de educarse.   

Plaza de Mayo está colmada. Me hubiese gustado que no hubiese banderas políticas. Quizás lo más conveniente sería, al menos una vez, no llevar ninguna para poder llamarlo pueblo y no afiliado, sindicalista, obrero, manifestante u organización. Para ello se necesita una humildad política que no existe, no sé plantea, pero se necesita.

Lo que no consigue es ponerle nombre al pueblo, ni la descabellada idea de llamarlo como tal.

Quienes gobiernan no lo nombran y, como si lo desconocieran, hablan en nombre de una entidad que los representa.

Sin embargo, la democracia los ha sentado donde no deberían estar y, así, este pueblo ahogado se resiste al robo de la palabra, como si fuera esto lo poco que le queda o le han dejado. La guerra entre quienes matan por un pedazo de nosotros parece no tener fin. Unos y otros. Los primeros entre el capricho del nene y el partido acéfalo y los segundos metieron, por lo recién mencionado y a mi entender, dos gobiernos de derecha en ocho años.

Era esperable, venían por todo y vinieron. Entonces, acá estamos, volviendo del centro, de estar entre nosotros y más allá del cartel en donde se nos necesite poner, vamos a seguir siendo pueblo, mal que les pese.

Volvemos a casa. Mañana nuestros hijos van al colegio. Hoy caminamos por ellos, por los que todavía no entienden la importancia de una nación educada, pero también por los que sí entienden e intentan contarnos un cuento antes de ir a dormir.

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