Análisis

La guerra de Laura

Por Jorge Elbaum.

Publicado hace

#

Por Jorge Elbaum 

Las “relaciones carnales” del gobierno menemista de los años 90, se reconvirtieron en el gobierno de Javier Milei en un vínculo de “violación consentida”.  La primera versión de la cercanía neoliberal habilitó dos atentados terroristas por la participación de Argentina en la guerra del golfo y el seguimiento de las políticas de Washington en Medio Oriente, además de un profundo proceso de desindustrialización funcional al interés de Estados Unidos, siempre crítico de un desarrollo autónomo de América Latina. 

En aquella oportunidad, Carlos Menem se plegaba al naciente unilateralismo de Estados Unidos, instituido a partir del Consenso de Washington, cuyas políticas llevaron a la Argentina a la crisis del 2001. En esa oportunidad la confrontación geopolítica había sido superada por lo que se denominaba “el fin de la historia”, una engreída frase que pretendía legitimar un neoliberalismo perpetuo a nivel global. Sin embargo, el conflicto geopolítico volvió a reaparecer, tres décadas después, de la mano de la República Popular China. Hoy Beijing se consolida como el primer socio comercial del resto del mundo y supera a Estados Unidos en dimensiones claves de la economía como la productividad, la investigación científica, la innovación tecnológica, la inscripción de patentes y la cooperación. 

Estados Unidos no puede soportar esa competencia. Su hegemonía se ve desafiada por un país al que poco tiempo atrás despreciaban y clasificaban en el segmento de los países subdesarrollados. Todas sus políticas se orientan –en la actualidad– a entorpecer su crecimiento y evitar que se consolide como la primera economía mundial en los próximos diez años. La política exterior estadounidense está alineada en ese objetivo fundamental. Y eso supone limitar la presencia de China a nivel global, destruir su reputación, defenestrar su sistema de gobierno, y –si es posible– endilgarle todos los males que aquejan al globo terráqueo. 

En América Latina y el Caribe existe un conjunto de iniciativas destinadas a contribuir a ese logro, todas ellas ligadas a la guerra híbrida que caracteriza la confrontación actual:

  1. Destruir cualquier vínculo regional con China, sea el Mercosur, la UNASUR. 
  2. Alinear al mundo corporativo y empresarial en la necesidad de limitar los intercambios comerciales con Beijing.
  3. Interrumpir todos los vínculos de cooperación.
  4. Difundir propaganda e información que contribuya a pulverizar la reputación de los líderes chinos y el Partido Comunista.  
  5. Romper el acceso a los recursos naturales de los importadores chinos.
  6. Desintegrar los lazos que amparan la continuidad de los cadenas de valor. 
  7. Garantizar la instalación de bases estratégicas de control propias y evitar la presencia china. 

Estos son los objetivos que persigue Laura Richardson, la generala del Comando Sur que trabaja como si fuera una embajadora plenipotenciaria del guerrerismo estadounidense. En términos bélicos, las tareas contribuyen a dos metas convergentes: por un lado, a disciplinar el “patio trasero” –ubicándolo dentro de la hoja de ruta de los intereses del Departamento de Estado–. Por el otro, ahogar la influencia de Xi Jinping en la región. 

Los dos pedidos del comando sur se vinculan con ese entramado: cuestionar la estación de observación espacial en Neuquén y anular la cooperación con Beijing  para emplazar un puerto en Ushuaia que sus socios otantistas del Reino Unido ver con preocupación: Los argumentos de Richardson para exigir la anulación de cualquier cooperación con el gigante asiático son muy claros: En relación a la base de observación neuquina afirmó que ésta brinda al ejército chino “capacidades globales de seguimiento y vigilancia espacial”. En relación al potencial puerto de Ushuaia –a ser ampliado con la cooperación china– añadió: “Esto mejoraría drásticamente la capacidad de la República Popular China para acceder a la región antártica y la pesca, e impactaría la movilidad estratégica de Estados Unidos hacia un área reservada para la paz y la ciencia”, advirtió Richardson sobre el puerto en su declaración.

Dos décadas atrás, Richardson tuvo una participación activa en la invasión a Irak que causó 300 mil víctimas civiles y un millón de desplazados. Su tarea consistió en dirigir y operativizar acciones como piloto de los helicópteros Black Hawk también en Afganistán donde fueron asesinadas 50 mil personas y emigraron más de dos millones a Paquistán e irán. Antes de ambas guerras se desempeñó como asistente militar de la presidencia de los Estados Unidos y entre sus responsabilidades figuró la de trasladar el maletín en el que se transportaban los códigos de lanzamiento de las armas nucleares. 

Javier Milei se siente protagonista de una película de Rambo y se disfraza con ropa de camuflaje para satisfacer las exigencias neocoloniales e imperiales. Se siente inmensamente cómodo de asumirse con un cipayo grandilocuente instalado en un patio trasero, mientras sus compatriotas se hunden –por su políticas– en una crisis que todavía no logran advertir con claridad. 

Deja un comentarioCancelar respuesta

Las más leídas

Salir de la versión móvil