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Análisis

Milei sigue en un cumpleaños

Mientras el séquito de aplaudidores que cerca del escenario celebraran sus ocurrencias, una sociedad dolida que incluye a cientos de miles de sus propios votantes sigue caldeándose frente a la acción de un Estado que lejos de ofrecer respuestas, es responsable de los dramas que se viven y se avecinan.

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Martín Epstein*

Muchos de quienes votaron en la segunda vuelta por la opción más disruptiva lo hicieron a sabiendas de que se trataba de un experimento desconocido. Hubo quienes apostaron fuerte por lo que el libertario representaba, coincidiendo en las lineas fundamentales de lo que prometía ser un programa económico de apertura y desregulación vía retirada del Estado. Pero muchos lo hicieron bajo una lógica de antagonismos, como expresión antiperonista, convencidos de que ‘no va a poder hacer todo lo que dice que va a hacer’.

Los meses se acumulan, y la experiencia anarcocapitalista corre por dos andariveles paralelos: de un lado, un programa que muestra ya signos de una agresividad inusual con el aparato productivo y la economía real; del otro, el autopercibido académico anda de gira por el mundo, como referente de un ideario marginal que se celebra a sí mismo y encuentra en Milei un personaje a explotar.

Escribo estas líneas mientras se desarrolla una encuentro fuera de lo convencional: una performance del presidente en el mítico estado Luna Park de la ciudad de Buenos Aires que incluye presentación de un libro y show con una banda y el propio Milei cantando. La excentricidad a la que nos tiene ya acostumbrado le compite mano a mano con aquellas gestadas durante la década del noventa por el entonces presidente Menem. Y claro, la línea que conecta ambos momentos es bastante recta, y encuentra además mucha correlación con los efectos del otro andarivel.

En su momento, el oriundo de Anillaco se paseaba por eventos deportivos jugando al fútbol o basquet, disfrutaba de costosos regalos como al famosa Ferrari roja y cual divo del espectáculo se rodeaba de celebridades locales e internacionales. Su discípulo, casi como si tuviera una lista de deseos a cumplir, ya visitó Israel y se saco una linda foto en el Coliseo Romano de noche, visitó la tumba de un rabino en Estados Unidos, donde ademas se abrazo y fotografió con Donald Trump y Elon Musk, a quienes rindió una particular pleitesía.

Ahora nos ofrece un espectáculo tan inoportuno como coherente con su desprecio por el rol que el pueblo le a asignado. Adentro habrá música, mientras en las calles de Misiones docentes y policías reclaman por salarios licuados a niveles de indigencia.

Cuando siga defendiendo y justificando su programa a partir de un libro poco original, las calles cuentan por miles a los despedidos y angustiados por una realidad económica cada día más agobiante.

Mientras el séquito de aplaudidores que cerca del escenario celebraran sus ocurrencias, una sociedad dolida que incluye a cientos de miles de sus propios votantes sigue caldeándose frente a la acción de un Estado que lejos de ofrecer respuestas, es responsable de los dramas que se viven y se avecinan.

Cuando se termina un cumpleaños, solo queden el papel picado en el piso, los platos vacíos y las botellas tiradas. La cuenta, ya sabemos quiénes la terminaremos pagando.

*Politólogo y Analista Económico del Centro de Economía Política Argentina (CEPA)

Análisis

Bolivia: ¿de la victoria popular a un reflujo para la derrota?

La situación política actual en Bolivia.

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Por Boris Ríos Brito*

 Visto a la distancia, el ascenso popular de finales de los noventa en Bolivia fue maravilloso, no solo traía consigo las voces de lucha y sueños de quinientos años de resistencia al colonialismo, sino que se hacía la imagen de una sociedad digna y soberana, justa e igualitaria.

Su antiimperialismo, su anticolonialismo, su antineoliberalismo y su anticapitalismo daban la esperanza de superar los flagelos del modelo neoliberal que fue impuesto a sangre y fuego y con represión, incluso desde el Plan Cóndor (1975–1983) en toda la región.

Esta insurgencia popular en Bolivia estaba vanguardizada por el movimiento campesino e indígena radicalizado y en muchos sectores con influencia o participación directa del guevarismo, pues en el pensamiento del Comodante Ernesto Che Guevara el papel de indígenas y campesinos es crucial, como rescató en parte de su “proclama inconclusa”:

4º) Esa sociedad no puede crearse sin el apoyo combatiente de campesinos y obreros a los que llamamos a incorporarse a la lucha bajo las siguientes consignas:

a) Democratización de la vida del país con participación activa de los núcleos étnicos más importantes en las grandes decisiones de gobierno:

b) Culturización y tecnificación del pueblo boliviano utilizando en la primera etapa las lenguas vernáculas.

c) Desarrollo de la sociedad que libere a nuestro pueblo de flagelos ya liquidados en países avanzados.

d) Participación de obreros y campesinos en las tareas de planificación de la nueva economía con el derecho de auténticos propietarios de los medios de producción.

e) Formulación de un programa de desarrollo que comprenda el aprovechamiento de nuestras riquezas minerales y de fertilidad, y extensión de nuestro suelo.

f) Desarrollo de las comunicaciones que permitan hacer de Bolivia un gran país unido y no un gigante fragmentado; con sus departamentos y provincias extraños entre sí.

Esos campesinos e indígenas, hombres y mujeres, que militaron en el guevarismo desde su resistencia a las dictaduras de las décadas de los setenta y de los ochenta, habrían de aportar en la necesidad de transitar un camino propio hacia la liberación nacional, o multinacional de todas las naciones originarias sistemáticamente negadas y oprimidas y dar un salto hacia una sociedad socialista. De esta manera, se fue generando la conciencia de que campesinos e indígenas asuman su propia representación y que para esto, como crítica a la democracia burguesa, se constituya no un partido, sino un “instrumento político” que debía articularse, según una mirada global, con un instrumento económico y otro cultural. 

Para inicios de la década de los dos mil, la impronta campesina e indígena fue articulando a obreros, intelectuales progresistas y otros sectores populares tras un proyecto contestatario y ambicioso que a fuerza de la propia lucha popular, a veces inconexa y no clara en sus fines fue debilitando y esclareciendo un “horizonte común” mientras el sistema de partidos políticos boliviano quedaba obsoleto en la medida que las organizaciones y movimientos sociales le reclamaban e interactuaban directamente con el Estado, lo que llegó al extremo de que fue simplemente desechado y se derivó en una crisis que se resolvió con la elección de Evo Morales como presidente que fue postulado por el Movimiento al Socialismo (MAS) en las elecciones adelantadas de diciembre de 2005.

Ya en el poder, tras ser necesaria la unidad popular y de izquierda para enfrentar al enemigo conservador, una derecha amalgamada entre una semiburguesía feudal y premoderna y un sector burocrático y tecnocrático, el MAS conquistó las demandas populares de una Asamblea Constituyente que aprobó una nueva Constitución y la Nacionalización de los hidrocarburos que fueron distribuidos en una mirada social, cumpliendo una primera etapa conflictiva pero de avance revolucionario (2009).

En una segunda y larga etapa (2010 – 2019), con diferentes bemoles el MAS en el gobierno fue cumpliendo una gestión eficiente que en todo caso significaba abrir espacios y condescendencias a sectores reaccionarios y burgueses y cuyos mayores errores políticos fueron realizar un referéndum sobre la reelección de Morales y desconocer sus resultados negativos (2016) y promover la subordinación y tutela del Estado sobre las organizaciones y movimientos sociales al punto de que los máximos y más importantes dirigentes sociales se posesionaron como altos funcionarios públicos o fueron electos autoridades legislativas, lo que a larga fue corroyendo la capacidad política y creadora de las organizaciones y movimientos sociales que entraron en una dinámica de favores políticos y de inversión pública a cambio de movilizaciones de respaldo y proclamas de apoyo, pero dejando el debate político desde abajo y las demandas al Estado que se fue vistiendo del propio proyecto, es decir, ya no se distinguía entre el proyecto común histórico de carácter revolucionario y el Estado al que se le desvistió de su historia, su sentido de clase y su carácter final.

Probablemente, este último aspecto fue el principal motivo por el cual las fuerzas conservadoras, con un discurso de odio, noticias falas y una ingeniería política, social e incluso militar superiores se impusieron a las grandes mayorías. El golpe de Estado de 2019 y el régimen de Janiene Añez fueron como volver a un pasado de terror y represión que no logró consolidarse por la incapacidad y flagrante corrupción de Añez y sus allegados y por la resistencia popular que recuperó la democracia movilizándose de forma caótica, sin claridad y sin capacidad de responder a “acuerdos nacionales” que se dieron al margen de sus esfuerzos. Finalmente una burocracia dirigencial de los sectores sociales firmó un acuerdo de “pacificación” (!) donde los golpistas se comprometían a dejar que se realicen nuevas elecciones nacionales.

En ese contexto y desde el exilio Evo rearticuló su fuerza política y pese a pequeñas, casi insignificantes, proclamas de uno y otro candidato presidencial para el MAS, desde su papel de dirigente del partido logró una fórmula que terminó por ser aceptada por todos los sectores populares.

Así, como un accidente de la historia, Luis Arce Catacora y David Choquehuanca fueron designados como candidatos a Presidente y Vicepresidente respectivamente y en una campaña inédita, desde casi la clandestinidad y con el apoyo de propios y extraños desde el exterior, en diciembre de 2020 el MAS volvió a ganar con más del 50%. 

El gobierno de Arce y Choquehuanca aparentaba un retorno al proyecto común, sin embargo, divergencias internas se hicieron evidentes cuando este último declaró que era necesaria una “renovación” adelantando el debate no solo político, sino electoral, pues el aludido era Evo Morales.

Incluso, extrañamente en consonancia con la propuesta de García Linera de inclusión de la clase media –clase por demás ilusoria en un Bolivia precarizada en lo obrero y pobre en lo campesino– al Proceso de Cambio, Choquehuanca propuso de que para gobernar hay que saber volar con el ala izquierda y derecha del cóndor (sic). Mientras tanto Arce guardaba silencio frente a que la tensión con Evo Morales crecía cuando pedía cambio de algunos ministros o exhortaba al gobierno y al Presidente a asumir ciertas posiciones. Finalmente la cuerda reventó y se desató una guerra sin cuartel y ciertamente decadente con insultos y parodias absurdas en la que el gobierno usaba a todo el aparato estatal y Evo se acogía en su imagen y en las bases y asambleístas que no asumían el discurso de renovación y por lo cual fueron bautizados como “radicales”. Las denuncias comenzaron a realizarse de un lado y el otro, y aunque las de los radicales tuvieran fundamentos verdaderos, el aparato estatal las hizo añicos y ninguna prosperó.

Pese a las diferencias, no hay un trasfondo realmente ideológico o una diferencia de proyecto más o menos radical en la disputa, sino tan solo el convencimiento de Arce, seguramente alimentado por sus pésimos asesores, de que la silla presidencial, la votación de 2020 y otra porfía le habrían brindado algún tipo de liderazgo para asumir la conducción del país, del partido y repostular para las elecciones de 2025.

Por su lado, Evo, que no realizó un evento público de autocrítica por lo acontecido antes, durante y después del golpe, tampoco de sus gestiones de gobierno durante catorce años y del desarrollo del MAS como partido, no dudó en plantearse su retorno a la presidencia.

Claramente, existe una diferencia muy grande, Evo sí es portador de un liderazgo histórico y popular indiscutible, es, además, constructor en primera persona de la etapa electoral victoriosa de la ofensiva indígena y campesina y poseedor de un instinto político puntual en la historia, mientras que Arce solo tiene una larga experiencia tecnocrática en diferentes gobiernos, incluso del periodo neoliberal.

Con todo, más allá de la disputa de liderazgo, son dos los aspectos más críticos que es necesario mencionar. Por un lado, el uso indiscriminado del poder del Estado que ha debilitado la institucionalidad democrática al presionar al Tribunal Supremo Electoral que hoy actúa fuera de norma y al Tribunal Constitucional Plurinacional que se ha autoprorrogado desde el primero de enero de 2024 y que ha venido actuando violentando los derechos y garantías constitucionales ciudadanas al transformarse, o por lo menos pretender serlo, como un suprapoder que, por ejemplo, ha reducido funciones a la Asamblea Legislativa Plurinacional al haber disminuido su capacidad de interpelación a los diferentes ministros de gobierno.

Por otro lado y tal vez más importante, tanto el golpe de Estado como la situación política actual demuestran que la capacidad política y creadora de las organizaciones y movimeintossociales se encuentra debilitada por no decir extinta resultado que el otrora sujeto histórico de la revolución boliviana: el indígena-campesino-obrero-popular, se ha diluido, ha perdido la iniciativa y la propuesta del proyecto histórico y el horizonte común y ha desarticulado el espacio de unidad y coincidencia con otros sectores progresistas y populares, así, sin sujeto político no hay proyecto político.

Le queda a Bolivia el desenlace de esta situación que para los sectores revolucionarios, para la izquierda, se espera puedan superarse por el lado revolucionario, aunque la debacle es también reflejo propio de un izquierda que se ha adormecido y que desorientada –incluso hablamos del propio guevarismo que aportó a parir este Proceso– no sumó radicalidad ni hizo ningún aporte sustancial para construir el socialismo y se subsumió a la inercia popular o finalmente, digamos con verdadera honestidad, contribuyó a realizar una buena gestión de gobierno, pero no construyó ni poder popular ni alzó la voz lo suficientemente fuerte para reclamar más revolución. Hoy, mucha de esa izquierda se ha vuelto a arrimar al gobierno de turno, mientras que la izquierda radical y crítica ha quedado muy debilitada.

Evidentemente, es necesario fortalecerse para ser parte activa en la lucha de ideas y de masas y no contemplar desde la añoranza este álgido momento boliviano.

* Sociólogo y militante del Movimiento Guevarista de Bolivia

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📆 12.06.2024

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