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Análisis

¿Milei revolucionario?

“Infligir dolor a otros por un sueldo oscuro tiene consencuencias. Pregúntenle al Duce”… La columna de Gustavo Zapata.

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El-Argentino-Javier Milei en llamas.

Por Gustavo Zapata*

Aun entre las filas patriotas es posible hallar asombro al considerar que la vuelta a los noventa es un cambio radical. ¿Las transformaciones sádicas y mutilantes que provienen de la dictadura son algo novedoso? Privatizar, endeudar, dolarizar, despedir trabajadores, achicar el Estado para dar más negocios a los ya poderosos… ¿es una revolución?

Una vez más nos aplican ajustes económico-sociales quirúrjicos, sin anestesia, sin colchón social ni red de contención. Sin piedad hacia nadie que no tenga cuenta en dólares en algun paraíso fiscal, viva en un barrio cerrado, torre hermética o tenga la botonera de despedir miles de trabajadores.

En primer lugar, muchos pensadores de izquierda o liberales habían previsto que la concentración de capital tendría un correlato: produciría que surgieran experimentos fascistas.

Si 4.000 billonarios acumulan la mitad de la riqueza que se produce en el mundo, necesariamente serán quienes financien, sostengan, capaciten, publiciten y asesoren a los oportunistas o aventureros que se vendan como profetas para que las mayorías expulsadas del trabajo formal se disciplinen a ese orden de cosas, y los que tienen trabajo acepten sin protestar.

Empresarios que figuran en Forbes modelan una sociedad al invertir y generar puestos de trabajo o no. Del mismo modo determinan quién entra y quién se queda afuera. Mientras tanto, o producen los cuadros que consoliden su poder económico o domestican con presiones, carpetazos o balazos a los que no acepten su conducción. Ahi aparecen los aprendices de Adolfo. Oportunistas con o sin camisa parda, pero con la voluntad de servir a los amos.

El poder real que enunciaba Cristina era el factor fundamental que limitaba su gobierno. La batalla de la 125 fue una prueba de esa balanza… que se desbalanceó con un ingeniero mendocino elegido para acompañar otra cosa. Su gobierno fue el pico más alto de lo que pudimos construir… Pero, ¿de dónde salio Scioli? ¿Para quién era confiable Alberto? ¿Para quién terminó trabajando Sergio Tomás?

El IFE en pandemia de nuestro gobierno, demostró que había 11 millones de seres humanos en edad de trabajar, estudiar, conducir familias, ser autónomos y miembros felices de nuestra sociedad, por fuera del “mercado laboral formal”. No evaluamos suficientemente ese dato.

La frase tan elegante y estadística de “mercado formal”, en igual sentido, sólo considera como capital útil a quienes reúnen las capacidades que la patronal considera productiva. Para la clase de aprovechadores del trabajo ajeno, quienes pasan el filtro de lo que se puede mostrar en la propaganda, tendrán la oportunidad de hacerce un poco más ricos.

Es decir, los que “dan” trabajo (traduzco: los que se aprovechan de su poder o riqueza…) determinan quiénes pertenecerán a lo que el sentido común de sus mercenarios de la derecha y de la prensa calificarán como “gente de bien”, ciudadanos normales, buenas personas y dignas de circular sin piquetes por las calles, habitantes de barrios seguros, con hijos en escuelas privadas y prepagas caras.

Quiénes sino desde 1976 fueron modelando esta sociedad sino la clase propietaria, agroexportadora, apropiadora de negocios con el Estado, beneficiaria de excenciones de impuestos, blanqueada cuando quieren poner unos dólares de los de afuera, para hacer unas torres o barrios privados por aquí…? ¿Quién dejó afuera a esos 11 millones que encontramos en la IFE? ¿Cómo consensuamos, y con quiénes, la planificación de nuestro futuro, cuando demuestran una y otra vez que desprecian al país y al pueblo que los enriquece?

Hoy el holograma presidencial, un autodenominado economista propenso a copiar y pegar recetas ajenas, es quien lidera esta obra de 47 millones de ratas de laboratorio social para las grandes cuentas bancarias del mundo. Un miembro formado para que sea funcional a la ganancia de pocos a costa de los que puedan generar la plusvalía que los enriquece. Sin conciencia ni responsabilidad sobre los que quedan afuera, porque no cuentan.

En tercer lugar, y prometo que esto termina pronto: si el capital se concentra y su miedo a perder lo malhabido crece… ¿cómo no entender que sus representantes, abogados, defensores, publicistas, guardias, policías privatizadas de hecho, políticos y jueces a sueldo; serán cada vez más salvajes, incoherentes e impiadosos?

¿Milei plantea algo distinto a los empleados uniformados del 76, del caudillo comprado en los 90, del aburrido que no dudó en ordenar bala en el 2001 o que el contrabandista que nos endeudó y ayudó a fugarla en 2018? Habla y se peina distinto, es cierto, pero, ¿cuál es su objetivo, empeño y obrar?

Una revolución da vuelta una sociedad para que los que ayer fueron sometidos, luego manden. Que los que se quedaban afuera de los planes de los poderosos, decidan por fín hacia dónde va la Historia.
Respuesta posible: Milei es tan revolucionario como una guardia blanca 4.0.

No saber, no entender, recibir los dólares sin mirar los planes de quien financia, infligir dolor a otros por un sueldo oscuro tiene consecuencias. Pregúntele al Duce.

*Gustavo Zapata es secretario general de CTA MHI (Morón – Hurlingham – Ituzaingó).

Análisis

Bolivia: ¿de la victoria popular a un reflujo para la derrota?

La situación política actual en Bolivia.

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Por Boris Ríos Brito*

 Visto a la distancia, el ascenso popular de finales de los noventa en Bolivia fue maravilloso, no solo traía consigo las voces de lucha y sueños de quinientos años de resistencia al colonialismo, sino que se hacía la imagen de una sociedad digna y soberana, justa e igualitaria.

Su antiimperialismo, su anticolonialismo, su antineoliberalismo y su anticapitalismo daban la esperanza de superar los flagelos del modelo neoliberal que fue impuesto a sangre y fuego y con represión, incluso desde el Plan Cóndor (1975–1983) en toda la región.

Esta insurgencia popular en Bolivia estaba vanguardizada por el movimiento campesino e indígena radicalizado y en muchos sectores con influencia o participación directa del guevarismo, pues en el pensamiento del Comodante Ernesto Che Guevara el papel de indígenas y campesinos es crucial, como rescató en parte de su “proclama inconclusa”:

4º) Esa sociedad no puede crearse sin el apoyo combatiente de campesinos y obreros a los que llamamos a incorporarse a la lucha bajo las siguientes consignas:

a) Democratización de la vida del país con participación activa de los núcleos étnicos más importantes en las grandes decisiones de gobierno:

b) Culturización y tecnificación del pueblo boliviano utilizando en la primera etapa las lenguas vernáculas.

c) Desarrollo de la sociedad que libere a nuestro pueblo de flagelos ya liquidados en países avanzados.

d) Participación de obreros y campesinos en las tareas de planificación de la nueva economía con el derecho de auténticos propietarios de los medios de producción.

e) Formulación de un programa de desarrollo que comprenda el aprovechamiento de nuestras riquezas minerales y de fertilidad, y extensión de nuestro suelo.

f) Desarrollo de las comunicaciones que permitan hacer de Bolivia un gran país unido y no un gigante fragmentado; con sus departamentos y provincias extraños entre sí.

Esos campesinos e indígenas, hombres y mujeres, que militaron en el guevarismo desde su resistencia a las dictaduras de las décadas de los setenta y de los ochenta, habrían de aportar en la necesidad de transitar un camino propio hacia la liberación nacional, o multinacional de todas las naciones originarias sistemáticamente negadas y oprimidas y dar un salto hacia una sociedad socialista. De esta manera, se fue generando la conciencia de que campesinos e indígenas asuman su propia representación y que para esto, como crítica a la democracia burguesa, se constituya no un partido, sino un “instrumento político” que debía articularse, según una mirada global, con un instrumento económico y otro cultural. 

Para inicios de la década de los dos mil, la impronta campesina e indígena fue articulando a obreros, intelectuales progresistas y otros sectores populares tras un proyecto contestatario y ambicioso que a fuerza de la propia lucha popular, a veces inconexa y no clara en sus fines fue debilitando y esclareciendo un “horizonte común” mientras el sistema de partidos políticos boliviano quedaba obsoleto en la medida que las organizaciones y movimientos sociales le reclamaban e interactuaban directamente con el Estado, lo que llegó al extremo de que fue simplemente desechado y se derivó en una crisis que se resolvió con la elección de Evo Morales como presidente que fue postulado por el Movimiento al Socialismo (MAS) en las elecciones adelantadas de diciembre de 2005.

Ya en el poder, tras ser necesaria la unidad popular y de izquierda para enfrentar al enemigo conservador, una derecha amalgamada entre una semiburguesía feudal y premoderna y un sector burocrático y tecnocrático, el MAS conquistó las demandas populares de una Asamblea Constituyente que aprobó una nueva Constitución y la Nacionalización de los hidrocarburos que fueron distribuidos en una mirada social, cumpliendo una primera etapa conflictiva pero de avance revolucionario (2009).

En una segunda y larga etapa (2010 – 2019), con diferentes bemoles el MAS en el gobierno fue cumpliendo una gestión eficiente que en todo caso significaba abrir espacios y condescendencias a sectores reaccionarios y burgueses y cuyos mayores errores políticos fueron realizar un referéndum sobre la reelección de Morales y desconocer sus resultados negativos (2016) y promover la subordinación y tutela del Estado sobre las organizaciones y movimientos sociales al punto de que los máximos y más importantes dirigentes sociales se posesionaron como altos funcionarios públicos o fueron electos autoridades legislativas, lo que a larga fue corroyendo la capacidad política y creadora de las organizaciones y movimientos sociales que entraron en una dinámica de favores políticos y de inversión pública a cambio de movilizaciones de respaldo y proclamas de apoyo, pero dejando el debate político desde abajo y las demandas al Estado que se fue vistiendo del propio proyecto, es decir, ya no se distinguía entre el proyecto común histórico de carácter revolucionario y el Estado al que se le desvistió de su historia, su sentido de clase y su carácter final.

Probablemente, este último aspecto fue el principal motivo por el cual las fuerzas conservadoras, con un discurso de odio, noticias falas y una ingeniería política, social e incluso militar superiores se impusieron a las grandes mayorías. El golpe de Estado de 2019 y el régimen de Janiene Añez fueron como volver a un pasado de terror y represión que no logró consolidarse por la incapacidad y flagrante corrupción de Añez y sus allegados y por la resistencia popular que recuperó la democracia movilizándose de forma caótica, sin claridad y sin capacidad de responder a “acuerdos nacionales” que se dieron al margen de sus esfuerzos. Finalmente una burocracia dirigencial de los sectores sociales firmó un acuerdo de “pacificación” (!) donde los golpistas se comprometían a dejar que se realicen nuevas elecciones nacionales.

En ese contexto y desde el exilio Evo rearticuló su fuerza política y pese a pequeñas, casi insignificantes, proclamas de uno y otro candidato presidencial para el MAS, desde su papel de dirigente del partido logró una fórmula que terminó por ser aceptada por todos los sectores populares.

Así, como un accidente de la historia, Luis Arce Catacora y David Choquehuanca fueron designados como candidatos a Presidente y Vicepresidente respectivamente y en una campaña inédita, desde casi la clandestinidad y con el apoyo de propios y extraños desde el exterior, en diciembre de 2020 el MAS volvió a ganar con más del 50%. 

El gobierno de Arce y Choquehuanca aparentaba un retorno al proyecto común, sin embargo, divergencias internas se hicieron evidentes cuando este último declaró que era necesaria una “renovación” adelantando el debate no solo político, sino electoral, pues el aludido era Evo Morales.

Incluso, extrañamente en consonancia con la propuesta de García Linera de inclusión de la clase media –clase por demás ilusoria en un Bolivia precarizada en lo obrero y pobre en lo campesino– al Proceso de Cambio, Choquehuanca propuso de que para gobernar hay que saber volar con el ala izquierda y derecha del cóndor (sic). Mientras tanto Arce guardaba silencio frente a que la tensión con Evo Morales crecía cuando pedía cambio de algunos ministros o exhortaba al gobierno y al Presidente a asumir ciertas posiciones. Finalmente la cuerda reventó y se desató una guerra sin cuartel y ciertamente decadente con insultos y parodias absurdas en la que el gobierno usaba a todo el aparato estatal y Evo se acogía en su imagen y en las bases y asambleístas que no asumían el discurso de renovación y por lo cual fueron bautizados como “radicales”. Las denuncias comenzaron a realizarse de un lado y el otro, y aunque las de los radicales tuvieran fundamentos verdaderos, el aparato estatal las hizo añicos y ninguna prosperó.

Pese a las diferencias, no hay un trasfondo realmente ideológico o una diferencia de proyecto más o menos radical en la disputa, sino tan solo el convencimiento de Arce, seguramente alimentado por sus pésimos asesores, de que la silla presidencial, la votación de 2020 y otra porfía le habrían brindado algún tipo de liderazgo para asumir la conducción del país, del partido y repostular para las elecciones de 2025.

Por su lado, Evo, que no realizó un evento público de autocrítica por lo acontecido antes, durante y después del golpe, tampoco de sus gestiones de gobierno durante catorce años y del desarrollo del MAS como partido, no dudó en plantearse su retorno a la presidencia.

Claramente, existe una diferencia muy grande, Evo sí es portador de un liderazgo histórico y popular indiscutible, es, además, constructor en primera persona de la etapa electoral victoriosa de la ofensiva indígena y campesina y poseedor de un instinto político puntual en la historia, mientras que Arce solo tiene una larga experiencia tecnocrática en diferentes gobiernos, incluso del periodo neoliberal.

Con todo, más allá de la disputa de liderazgo, son dos los aspectos más críticos que es necesario mencionar. Por un lado, el uso indiscriminado del poder del Estado que ha debilitado la institucionalidad democrática al presionar al Tribunal Supremo Electoral que hoy actúa fuera de norma y al Tribunal Constitucional Plurinacional que se ha autoprorrogado desde el primero de enero de 2024 y que ha venido actuando violentando los derechos y garantías constitucionales ciudadanas al transformarse, o por lo menos pretender serlo, como un suprapoder que, por ejemplo, ha reducido funciones a la Asamblea Legislativa Plurinacional al haber disminuido su capacidad de interpelación a los diferentes ministros de gobierno.

Por otro lado y tal vez más importante, tanto el golpe de Estado como la situación política actual demuestran que la capacidad política y creadora de las organizaciones y movimeintossociales se encuentra debilitada por no decir extinta resultado que el otrora sujeto histórico de la revolución boliviana: el indígena-campesino-obrero-popular, se ha diluido, ha perdido la iniciativa y la propuesta del proyecto histórico y el horizonte común y ha desarticulado el espacio de unidad y coincidencia con otros sectores progresistas y populares, así, sin sujeto político no hay proyecto político.

Le queda a Bolivia el desenlace de esta situación que para los sectores revolucionarios, para la izquierda, se espera puedan superarse por el lado revolucionario, aunque la debacle es también reflejo propio de un izquierda que se ha adormecido y que desorientada –incluso hablamos del propio guevarismo que aportó a parir este Proceso– no sumó radicalidad ni hizo ningún aporte sustancial para construir el socialismo y se subsumió a la inercia popular o finalmente, digamos con verdadera honestidad, contribuyó a realizar una buena gestión de gobierno, pero no construyó ni poder popular ni alzó la voz lo suficientemente fuerte para reclamar más revolución. Hoy, mucha de esa izquierda se ha vuelto a arrimar al gobierno de turno, mientras que la izquierda radical y crítica ha quedado muy debilitada.

Evidentemente, es necesario fortalecerse para ser parte activa en la lucha de ideas y de masas y no contemplar desde la añoranza este álgido momento boliviano.

* Sociólogo y militante del Movimiento Guevarista de Bolivia

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📆 12.06.2024

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