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Legislativo

Diputada de la Coalición Cívica se fue del bloque por desavenencias con Carrió

Carolina Castets renunció hoy al bloque de la Coalición Cívica por desavenencias con la líder de ese espacio, Elisa Carrió.

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La diputada nacional por Santa Fe Carolina Castets renunció hoy al bloque de la Coalición Cívica por desavenencias con la líder de ese espacio, Elisa Carrió, y decidió formar un monobloque, al que denominó ‘Valores Republicanos’, aunque seguirá formando parte del interbloque Juntos por el Cambio (JxC).

Este movimiento sólo implica un reacomodamiento dentro de JxC, que continuará como segunda fuerza de la Cámara con 116 diputados (dos menos que el Frente de Todos).

Con diez integrantes, la Coalición Cívica continuará como cuarto espacio dentro de JxC, detrás del PRO, con 50; la UCR, con 33, y Evolución radical, con 12, aunque ahora pasaron a ser once los bloques que forman la principal bancada opositora.

La renuncia de Castest se da nueve días después que Carrió difundiera un video en el cual denuncia “complicidades” del “Frente de Frentes” santafesino con sectores del narcotráfico.

“Es una decisión muy pensada, no tengo contacto desde hace dos años con la dirigencia de la CC en Santa Fe” indicó la legisladora en declaraciones a Cadena 3 de Rosario.

En ese sentido, agregó: “Mi decisión la tomé el 6 de marzo, sin comunicarlo a los dirigentes nacionales, ya que con la dirigencia provincial no tengo diálogo; no estaba coincidiendo con las formas de la dirigencia provincial”.

“Luego de mi desafiliación salen los dichos de Elisa Carrió. Me enteré por redes de su decisión de salirse del Frente de Frentes; pero yo ya había advertido de mis disidencias con la conducción de la Coalición Cívica, y me respondieron que ‘es una estrategia nacional’, la cual no comprendo”, cerró.

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Opinión

Luchar por el tiempo libre

Los investigadores británicos Will Stronge y Kyle Lewis, ponen en escena un debate urgente: bajar las horas de trabajo para mejorar la calidad de vida.

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Por Mariana Collante

La jornada laboral de ocho horas y de cinco días semanales ha sido una conquista de los y las trabajadoras. Esto que ahora nos parece natural, debemos enmarcarlo en una lucha colectiva que tuvo al frente a las organizaciones sindicales. En la historia de la clase trabajadora de occidente, los momentos de mayor peso de los sindicatos coincidieron con mejoras sustanciales en la vida de la población trabajadora. No es casualidad, entonces, que el discurso de la derecha descalifique y condene a los gremios, y sus acciones, cualquiera sea el reclamo.

El libro “Horas extras. Por qué necesitamos reducir la semana laboral”, de los investigadores británicos Will Stronge y Kyle Lewis, pone en escena un debate urgente: bajar las horas de trabajo para mejorar la calidad de vida. Si bien los datos y ejemplos que utilizan los autores corresponden a los países de occidente central, sirven para debatir sobre el trabajo a nivel local.

Existen infelices coincidencias entre los países periféricos, y los centrales: No hay un reconocimiento económico de las tareas de cuidado que desarrollan mayormente las mujeres, el sector asalariado pierde frente al capital cuando se habla de la distribución de ganancias de un país, las formas de contratación son cada vez más flexibles, y una franja de trabajadores desarrolla labores totalmente informales.

Además, el nivel de sindicalización, década tras década, disminuye. En este contexto tan desfavorecedor para el sector que vive de su fuerza de trabajo, parece superficial preguntarse por el tiempo laboral, pero no lo es.

Desde el nacimiento del capitalismo surgieron las luchas por el tiempo libre. Los investigadores destacan que en 1856, los canteros australianos, abocados a la construcción de la ciudad de Melbourne, fueron los primeros en plantear y lograr la reducción de la jornada laboral de diez a ocho horas.

Es que, como dice el texto, el tiempo es dinero: “Los trabajadores reciben un salario a cambio de cierta cantidad de tiempo, y durante ese tiempo remunerando los empleadores esperan la mayor productividad”. De esta manera, para los patrones el tiempo no es más que un costo, en la búsqueda de la rentabilidad máxima.

Es decir, que se oponen dos concepciones: el tiempo como cimiento de la libertad humana, y el tiempo como índice de ganancia. Este es el punto de partido del ensayo, y en sus poco más de cien páginas, argumenta con solidez sobre la necesidad de reducir las horas laborales.

Toma experiencias recientes de países que aplicaron la medida y expone los resultados de las encuestas de opinión pública que ven con muy buenos ojos una iniciativa de ese calibre, inclusive entre empresarios.  A la capciosa pregunta: “¿Qué es lo que realmente se resuelve trabajando menos?”, Stronge y Lewis responden que lo correcto sería preguntarse: “¿Hay algo que no se resuelva trabajando menos?”.

Debatir las actuales formas de trabajo y sus condiciones es ineludible. El trabajo nos implica desde la juventud hasta el final de la vida. En nuestro país, comienza a darse la discusión y, a poco de las elecciones presidenciales, debería tomar mayor impulso.

En el Congreso Nacional hay tres proyectos que proponen bajar las establecidas 48 horas de trabajo semanales. Los diputados del Frente de Todos, Hugo Yasky y Claudia Ormaechea presentaron iniciativas en este sentido.

La primera propone disminuir a 40 las horas de trabajo por semana y la segunda a 36. En tanto, en el Senado, Mariano Recalde, integrante de la misma fuerza política, plantea quitarle un día a la semana de trabajo. Todos estos proyectos aún están pendientes, sin fecha de tratamiento.

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