Por Manu Campi / @manucampimaier
Hombres y mujeres dejaron la vida para que más de dos siglos después, todos los años, se conmemore la creación de la bandera argentina “en una fecha injusta y errónea”, como estandarte de aquella compleja e incipiente nación, pero también como sinónimo de voluntad para olvidar, ánimo para esconder y una férrea convicción para postergar.
“El 20 de junio fue durante mucho tiempo, una treta para no hablar de Manuel Belgrano”, comenta como si el asunto no tuviera fuerza o demasiada importancia, el historiador más consultado del país en los últimos años.
Felipe Pigna atiende el teléfono con tiempo y se le nota en la voz que no tiene apuro. Entiende perfectamente su rol y espera paciente a que, en estos días, el mismo teléfono suene como ‘suenan’ los periodistas cada vez que se acerca un día patrio.
—¿Cómo es eso?
—Así, tal cual. Lo de la bandera tiene que ver con una manera de infantilizar la historia, palabra que para mí es espantosa porque supone que los chicos no entienden. La idea de que hay que hacer una historia sencilla y sin conflictos, destacando algún que otro valor de los personajes y que con eso alcanza, es imposible. Ahí aparece esta cosa de cuando decís “viene el 25 de mayo”, te acordás de la escuela y no como el primer paso hacia la independencia. Sino más bien como un hecho infantil o como algo que tiene que ver con un momento de la vida que no se asocia con la construcción ciudadana. Lo de Belgrano y la bandera van por ese lado.
“Saber de dónde venían las críticas me daba la seguridad de que estaba yendo por el buen camino y además tengo un buen analista”.
A Felipe Isidro Pigna lo vio nacer en el ’59 la ciudad de Mercedes. Graduado en el Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González se ha desempeñado desde entonces como docente, escritor, conductor y columnista de radio y televisión. Para él Belgrano es una persona “muy conocida, es como un amigoۛ”, sostiene mientras deja entrever una leve sonrisa de quien presume ser amigo de un prócer.
—¿Por qué empezaste a escribir?
—Puntualmente por la docencia. En el ´85 empezamos en el Pellegrini, donde yo era titular de cátedra, un proyecto de documentales muy lindo que duró 10 años y que tuve el placer de dirigir. Fue un laburo de mucha investigación y producción, y como era hecho por estudiantes, se hizo por aquel entonces bastante conocido. Me empezaron a llamar de los medios para contar el proyecto y bueno, armé un libro propio que fue “Mitos” que salió en el 2003.
—¿Te imaginaste ser el historiador más leído del país y estar en la misma mesa de Félix Luna?
—Mirá, la tirada inicial de “Mitos” era, en principio, de 3000 ejemplares y eso me parecía muchísimo, pero se agotó enseguida y el libro llegó a 250 mil copias —se ríe, cómo si tuviera sorpresivamente algo de pudor.
“Fue ante todo un pensador, un gran innovador, un gran patriota y un tipo sacrificado por la causa permanentemente”.
El éxito de “Mitos de la historia argentina vol.1”, su primer libro, llamó la atención de los medios y Pigna comenzó “con algunas participaciones en Radio Mitre hasta que lo llamó Mario —Pergolini— y mudó la columna a “Cuál es”, en las mañanas de la Rock and Pop”.
—Para que te des una idea a veces la columna duraba más de una hora, una locura de tiempo, pero nos enganchábamos y no parábamos de hablar de historia. Ahí la relación con la gente empezó a tomar otro color.
Esa relación con la gente no fue la misma que con la mayoría de sus colegas. Historiadores como Tulio Halperín Donghi o Luis Romero cuestionaron abiertamente sus trabajos catalogándolos como “carentes de seriedad académica”. Su modo de plantear los hechos, de contar las cosas, no solo interrumpió la pluma acartonada de la historia argentina y sus escritores, sino que además puso en evidencia que muchas de las cosas que se relacionan con la independencia eran simplemente una ‘puesta en escena’ de lo que realmente había sucedido o a lo sumo, daban “una versión, como mínimo distorsionada” de las cosas.
—¿Esperabas esa respuesta de casi la mayoría de los historiadores?
—Saber de dónde venían las críticas me daba la seguridad de que estaba yendo por el buen camino y además tengo un buen analista —, ahora sí se tienta y, en un pequeño silencio cómplice consigo mismo, denota la misma serenidad con la que atendió el teléfono.
“Hacemos un poquito de docencia todos los días también en redes, en donde vamos publicando efemérides”.
Pigna hace historia “todos los días y gratis” desde su sitio web El Historiador, que es además el portal más consultado del país por docentes, estudiantes y periodistas de todo el territorio.
La página “tiene una vida permanente que vamos renovando todo el tiempo y la verdad que está buenísimo poder brindar tanto material gratuito y eso a lo mejor pone nerviosa a algunas personas”.
—Nos encanta poder hacerlo y hacemos un poquito de docencia todos los días también en redes, en donde vamos publicando efemérides. Hace un tiempo que además estamos con la memoriabilia, cosa que a mí me parece importantísimo ya que la gente hace memoria a través de objetos cotidianos. Y hacer memoria es una manera de hacer historia.
Esa misma memoria que olvidó por completo que Manuel Belgrano “no tiene un día propio” y que la bandera y el 20 de junio tienen “muy poco que ver”.
—¿Qué pasó?
—Fue como decir: dejémoslo a Belgrano con la bandera y evitemos hablar con el Belgrano economista, del que se opuso a los monopolios, que propuso la industria, el fomento a la agricultura, el periodista, el ideólogo. Y no sólo por la bandera, que es un hecho importante pero no el más importante de su vida. Fue ante todo un pensador, un gran innovador, un gran patriota y un tipo sacrificado por la causa permanentemente.
—Entonces, ¿qué no sabemos de Belgrano?
—En general yo trato por todos los medios de que se lo conozca, pero de él se sabe poco.
La voz de Felipe apenas cambia cuando habla de “su amigo”, y toma un manto de seriedad o respeto, como quien necesita mostrar determinada identidad sin pasar por alto ningún detalle para que quede claro. Para el historiador, hay que entender a Belgrano como “un pensador que escribió cosas extraordinarias de una actualidad impresionante; un pensador que defendió la industria, los derechos humanos; un pensador que habló de la necesidad de establecer un marco jurídico para el país, la defensa de los derechos de la mujer y de los niños. Estas son las cuestiones trascendentales de su obra y que se minimizan solamente en la bandera”.
“En mi tarea docente me daba cuenta de que los chicos se enteraban de quiénes habían sido estos antepasados y, que pensaban cosas que seguían siendo útiles y necesarias en este presente”.
—Se dicen algunas cosas nomás o, se toma al militar o al creador de la bandera dejando de lado lo demás. De cualquier manera, la gente va entendiendo y hay un consenso de que su figura creció en los últimos años. Hoy se lo considera a la altura de San Martín cuando antes era un prócer menor. Si bien es cierto que se lo considera cada vez más como una persona importante de la historia argentina, todavía falta.
Quizás esta sea la verdadera respuesta a la docencia gratuita, a la información disponible, a los lugares no tan comunes, y a mirar “hacia atrás para poder ver hacia dónde vamos”.
Manuel Belgrano nació en Buenos Aires el 3 de junio de 1770, participó en la defensa de las invasiones inglesas 1806 y 1807. Impulsó la Revolución de Mayo y participó activamente en la guerra de la independencia contra el ejército realista. Abogado, economista, político y diplomático, además “fue una persona que no tenía que haber sido destinada a unas misiones militares cuando era sin dudas el tipo más preparado para gobernar”. Sin embargo, como general del “Ejército del Norte”, dirigió el Éxodo Jujeño, comandó las victorias de Salta y Tucumán, y tuvo a su cargo la Segunda Campaña Auxiliadora al Alto Perú.
—¿Hay algo que te haya sorprendido cuando te “metiste” con él?
—Muchas cosas me sorprendieron. Su practicidad, la cosa de proponer un proyecto y decir cómo se hace y cómo se financia. Belgrano nunca proponía nada utópico, siempre su pragmatismo estuvo por encima de la media. Tenía ideas y a la vez decía cómo se hacían. Lo cual me parece extraordinario.
—Escribiste entre otros sobre San Martín, Moreno, Belgrano. ¿Sentías que había una deuda con aquellos tipos que dejaron la vida por la patria?
“Un tipo de una conversación muy interesante, muy culto, que trataba siempre de esperar que hable el otro. No de imponer, sino más bien de escuchar”.
—Sí, sobre todo el hacerle conocer a la gente de estos personajes extraordinarios. Siempre me pareció una pena que la gente se pierda de conocer a estos antecedentes que te iluminan el camino y que te sirven para pensar el presente y proyectar el futuro. En mi tarea docente me daba cuenta de que los chicos se enteraban de quiénes habían sido estos antepasados y, que pensaban cosas que seguían siendo útiles y necesarias en este presente. Esto no dejaba ni deja de ser sorprendente. Es gente que escribió hace 200 años y que tienen todavía una actualidad tan pero tan conmovedora como lo que escribió Belgrano.
—¿Cómo te lo imaginás?
—Era un tipo de paso rápido, dicen. Andaba con un uniforme verde y por su andar y el color los soldados le decían burlonamente, la cotorrita. Un tipo de una conversación muy interesante, muy culto, que trataba siempre de esperar que hable el otro. No de imponer, sino más bien de escuchar. Gente de hablar cuando sentía que era necesario. Como decía Atahualpa Yupanqui “tiene que valer la pena callar al silencio”.
Belgrano conmueve también por la desidia, el olvido y el dejar pasar de largo a los grandes pensadores, solo para relegarlos a quienes terminan por escribir el atraso lectivo –y selectivo– de la penosamente contada Historia Argentina.
—Entonces al 20 de junio le faltan cosas, Felipe.
—De entrada, yo cambiaría la fecha y pondría el 3 de junio que es la fecha de su nacimiento. El día de la bandera lo pondría el 27 de febrero, que es el día que realmente se creó. Cuando Belgrano la enarbola en el río Paraná en 1812.
El prócer ‘habla’ a través del autor para sacarse de encima el acartonamiento de los cuadros colgados en los halls de entrada de los colegios argentinos; el patriota atraviesa al escritor para que cuente su cuento, su pena y también su silencio.
La obra de Felipe Pigna (con más de 40 libros publicados) está atravesada por Belgrano y, cuando no escribe sobre él, escribe sobre su entorno, sobre sus “más cercanos”. Escribe sobre los mismos ideales que Don Manuel, pero a través de sus contemporáneos; escribe sobre aquella Buenos Aires con sus costumbres y rutinas para que a cada libro del héroe de Salta y Tucumán el lector comprenda enseguida su entorno, costumbres, obstáculos y necesidades.
—¿Cómo fueron sus últimos días?
—Su historia es como su vida, muy triste. Su vida privada fue quedando relegada a las necesidades del combate. Incluso su muerte pasa desapercibida.
Igual que Beethoven diciendo “todavía me falta”. Es alguien que se va no queriendo irse y que siente que tiene mucho por delante. Viendo al país sumido en el caos, en una guerra civil. Sintiendo una gran desazón y un gran dolor por todo lo que había luchado. Con una muerte tan injusta. Por ejemplo, donó 40 mil pesos que en aquel entonces era una dineral y que le había dado el Estado como premio por sus victorias como militar para hacer escuelas que nunca se hicieron. Me lo imagino dolido y no queriendo irse. Prácticamente solo, rodeado por su hermana Juana y un puñado de amigos. Absolutamente enfermo y sumido en la más absoluta pobreza que no tuvo siquiera para pagarle a John Sullivan, su médico personal, que además tocaba el clavicordio para alegrarlo.
Manuel Belgrano murió a los 50 años y 17 días, un 20 de junio a las 7 de la mañana en el solar de “los Belgrano”. La misma casa que lo vio nacer, ahora lo veía morir. Los medios oficiales lo trataron en silencio; solo el periódico El Despertador Teofilantrópico Místico Político, del padre Castañeda, dio la noticia cinco días después de su muerte.
—Belgrano murió —concluye Pigna— sintiendo una de las características históricas de la Argentina, que es la ingratitud.
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